“No es para muerte, es para vida”
Mi nombre es Claudio Bodean, soy de Argentina y este es mi testimonio de cómo Dios me dio la victoria sobre la atracción indeseada al mismo sexo. Para empezar, diré que hay situaciones en la vida que no creemos vivirlas y menos tener que después contarlas, mucho menos por lo dolorosas que son.
Nací en una familia que al parecer de la época era bastante normal: papá, mamá y una hermana. Mi papá abocado al trabajo y súper muy ausente; mi mamá súper autoritaria y presente por demás. Siempre fui muy tímido y retraído, no tenía amigos porque no me dejaban, eso me causó muchos problemas para sociabilizar, ya que estaba todo el tiempo como se dice “bajo las polleras de mi madre”.
Cuando tuve que salir de casa por la escuela era un martirio para mí, todos me tildaban de “raro”, “mariquita”, “amanerado”, y yo sin saber qué significaba. Para males nunca me gustó el fútbol y saben que eso en Argentina es lo mismo a no ser hombre. A la edad de 6 años buscando algo entre las cosas de mi papá tuve mi primer acceso a la pornografía, no entendía las imágenes que veía, no entendía lo “raro” de eso, pero recurría una y otra vez a verlo. En una oportunidad le conté eso a otra persona, la cual al verlo me dijo: “podemos hacer eso que hacen ahí”. Eso terminó en un abuso y en una recurrente sexualización que llegó a su fin a mis 14 años cuando por una enfermedad tuve una situación de miedo a todo lo que me estaba pasando.
Esta enfermedad me traería problemas mucho más adelante. Durante el resto de mi adolescencia y juventud todo fue muy tranquilo, salvo por el constante bullying de mis compañeros, que se acentuaba porque no era muy sociable, no tenía novias como los demás ni contaba las experiencias que en muchos casos no eran reales. Cuando llegué a los 19 conocí a quien hoy es mi esposa. Estuvimos dos años de novios y nos casamos, cuando uno llega a estas etapas, cree que ya todo lo que se pasó quedó en ese pasado, que no había dudas, que todo había sido una cosa de chicos.
Al año de estar casados conocimos a Jesús y comenzamos un camino que nos llevaría al servicio y a ministrar a otros. Cuando llevábamos 5 años de casados nos dieron la noticia de que no podríamos tener hijos biológicos, la enfermedad que había tenido en mi adolescencia me había provocado esterilidad; fue un golpe muy duro para ambos, pero para mí fue un retroceso en muchas cosas, me sentía como que era la consecuencia de lo que me había pasado de chico, que en parte todas las bromas se hacían realidad ya que una parte de mi masculinidad estaba destruida. La llegada por adopción de nuestro hijo dio un nuevo aire a nuestra casa y como por un tiempo todas las nubes parecieron disiparse.
Ya estábamos sirviendo como pastores de una pequeña congregación, pero nuestras finanzas iban de mal en peor, teníamos que trabajar mucho para pagar el departamento que habíamos sacado a crédito y que muchas veces las cuotas se atrasaban. Empecé a hacer trabajos extra como para ayudar más a la economía, eso fue el principio de todos los males.
En uno de esos trabajos conocí a una persona que se fue haciendo cada vez más próximo a mí. Él estaba en una mejor posición económica, lo que le permitía no solo conseguirme otros trabajos, sino también darme dinero; eso comenzó a cambiar nuestra relación a algo más personal, llego, incluso, a pagar la deuda de mi departamento para que yo se lo devolvería en cuotas.
A esta altura mi vida era un infierno, con todas las letras, por un lado, no quería que mi familia perdiera la casa, pero por otro me daba mucha vergüenza y asco lo que estaba haciendo. En varias oportunidades pensé en desaparecer, en quitarme la vida, pero pensaba en mi hijo, pensaba en mi esposa, pensaba en todos los que me rodeaban.
Esta persona un día me dijo que se había separado y que quería que yo hiciera lo mismo, fue cuando decidí tomar la decisión de cortar su amistad, si así puede llamarse; fue con amenazas de parte de él, escenas de querer llamar a mi esposa, pero todo quedó en nada. Gracias a un cambio de trabajo, pude con un dinero que me dieron saldar esa deuda y no ver más a esta persona. Pero las tentaciones seguían, ya no era el dinero el motivo, seguía con ideas de suicidio, de dañarme porque me daba vergüenza, dolor. Predicaba una cosa y hacía otra, aconsejaba una cosa y hacía lo contrario.
Pasó un tiempo y se dio otro cambio de trabajo y una nueva persona se iba a pegar a mí y yo a él. Esta vez ya era como un juego, no era dinero, aunque lo necesitaba. Fue cuando le dije a mi esposa que me quería separar porque había conocido a alguien. Fue terrible ese momento, fue un quiebre en la salud de ella, y en mi moral, que de ahí en más quedó totalmente dañada. Era terrible vivir así, pues por un lado decía que amaba al Señor, pero lo negaba con mis actos.
Hablaba del Señor, pero entregaba mi cuerpo a cualquier cosa. Esa presión hizo que cortara nuevamente esa “amistad”, era un nuevo periodo en donde me iba a alinear con el Señor, me prometía una y otra vez no hacerlo más. Era como un Sansón que me creía súper fuerte, total el Señor me seguía usando, nadie se daba cuenta. Todo podía seguir así, sin medir las consecuencias que podían venir, ni los riesgos que corría y hacía correr a los demás.
Entonces mi salud empezó a desmejorar y no me encontraban el diagnóstico. Mi casa era un pequeño infierno, problemas con nuestro hijo, problemas ministeriales, discusiones, peleas. Mi salud cada vez más en bajada. El 20 de enero de 2015 es el comienzo del final, ingreso a la Unidad de Cuidados Intensivos de un Hospital de Buenos Aires, con insuficiencia respiratoria infecciosa. Todo producido por una ETS.
Esa fue la noche más oscura de mi vida, vi la muerte, pensé que era el final. Fue lo que le dijeron los médicos a mi esposa y fue lo que yo sentí. Lo que más tristeza me daba era que me convertía en asesino de mi esposa que no tenía nada que ver. Esa noche, en la soledad y en la oscuridad vi sobre mis sábanas blancas unas gotas de sangre que caían desde el techo, pensé que estaba teniendo una hemorragia, pero el Señor con voz audible me dijo: “esto no es para muerte, es para vida”.
Lo único que pude pensar y pedir fue: “si realmente es para vida, que Stella (mi esposa) no esté contagiada”. No estaba en condiciones de pedir nada, pero Dios en su misericordia me concedió eso. La recuperación fue casi un milagro, los médicos que me habían desahuciado, a los 7 días me dejaban ir a casa.
Cuando volví a retomar mis fuerzas quise nuevamente “jugar” al todopoderoso. Ingresé a un chat de citas y “alguien” me descubrió y le contó a mis pastores. Eso llevó a una nueva crisis; siempre pensé que SOLO PODÍA, que no necesitaba de nadie para salir o cambiar mi situación. Mi esposa me dejó sobre la mesa el número de Libres en Cristo (LEC), con una advertencia: “es la última oportunidad que voy a darte”.
Pedí ayuda en LEC y comencé a construir un camino fundamentalmente de seguridad en mi persona, en saber que Dios me ama de una forma diferente, que no tenía que ser condicionado por lo que me había pasado. No fue fácil, había mucho por sanar, un día a la vez. Cada día dejo al Señor que me pregunte si lo amo, cada día contesto que sí; y creo que esa pregunta de cada día es por las veces que lo negué. Pero Él me dice: “Claudio, te sigo amando”.
Agradezco a todo el Ministerio, desde mi mentor, que ya no está en LEC, y a cada uno de los que me acompañaron y me acompañan en ser un poco más parecido a lo que el Señor quiere que sea. Libres en Cristo es mi conexión con la sanidad física, emocional y espiritual, y por eso tomé la decisión de servir en el Ministerio. También a mis pastores que con amor acompañaron este proceso de sanidad.
Gracias Señor por amarme cada día.
