Pensé que iba a morir en la adicción

Mi nombre es Ernesto Gutiérrez Arenas, soy de Colombia y este es mi testimonio de victoria sobre la masturbación y la pornografía.

El primer recuerdo que tengo con la masturbación es escondido debajo de una cama jugando con una muñeca Barbie. Debía tener unos 5 años. Para ese entonces vivía en Bogotá, la capital de mi país. Tiempo después tuvimos que mudarnos de esa ciudad, debido a una enfermedad que mi mamá tenía en su circulación y que, por recomendación del doctor, debíamos buscar una ciudad con un clima más cálido que el de la capital.

Es así como iniciamos un largo recorrido por varias ciudades de mi país hasta llegar a establecernos en Cali, la que muchos conocen como la sucursal del cielo o la capital de la salsa. Llegué principalmente con mi familia materna encabezada por mi abuela. Inicialmente vivía con mis tías, tres primos y mi mamá, pero ella decidió viajar nuevamente a Bogotá a acompañar a mi papá que para ese momento estaba lidiando con la enfermedad y la posterior muerte de mi abuelo paterno.

Fue un mes terrible porque no me sentía parte de la familia. Mis primos tenían a su mamá, pero yo no a la mía. Encima de todo, este tiempo coincidió con mi entrada al colegio; en una ciudad nueva, en un contexto nuevo… todo era nuevo y muy diferente para mí. Tenía unos 7 años y el recuerdo que tengo de esa época es de mucha soledad y abandono.

Ese tiempo también marcó fuertemente mi sexualidad, ya que, no sé ni cómo pasó ni cómo llegamos a eso, comencé a tener una serie de encuentros casi sexuales con una vecina que vivía en la casa del frente. Digo casi sexuales porque no llegamos al coito, pero sí recuerdo que eran besos y caricias para los que un niño de esa edad no está preparado. Ya para ese momento mi mente y mis pensamientos estaban muy sexualizados.

Para sumarle algo más a toda esta situación, comencé a tener encuentros de caricias y toques con un amigo muy cercano a la familia. Hoy entiendo que pudo haber sido un abuso, ya que él era un poco mayor que yo, y con apenas 7 u 8 años no tenía un completo entendimiento de lo que hacía, por lo que pienso que él podría estar aprovechándose de esa situación.

En esa época y los años siguientes siempre me sentí un niño muy sexualizado, y procuraba que mis juegos tuvieran algo sexual; sin embargo, el punto de quiebre definitivo en mi vida y que me llevó a refugiarme con mayor intensidad en la masturbación se dio en diciembre de 1992 cuando mi mamá murió de un derrame cerebral, producto de su enfermedad en la circulación. Yo tenía 12 años.

A partir de ese momento mi papá y yo nos alejamos de mi familia materna, y ellos de nosotros. Nos veíamos pocas veces con ellos, y cuando lo hacíamos, no se hablaba del tema. Como si se tratara de algo vergonzoso que había que ocultar en el silencio. Era como si nada hubiera pasado y creo que así lo asumí yo. En enero del siguiente año volví al colegio como si nada. Nunca me llevaron a un psicólogo. Nunca lo hablé con nadie. Recuerdo que ese año saqué las mejores notas de mi salón y me dieron el premio a mejor estudiante. Al parecer, estaba asimilando muy bien esta gran pérdida.

Lo que nadie sabía es que, en las noches en la privacidad y oscuridad de mi habitación, encontraba una manera de aliviar todo este dolor en la masturbación, mientras veía películas con un alto contenido sexual. Como me había distanciado de mi papá, me quedaba muy fácil cerrar la puerta y ver estos programas en el televisor que tenía en mi habitación. No había límites; no había supervisión.

Cuando cumplí 18 años llegó el internet a mi casa y con él la pornografía. En mi caso la pornografía no me encontró a mí, yo la busqué con toda la intención. Recuerdo que mi primera búsqueda fue mujeres en traje de baño. Luego, fueron mujeres desnudas y cuando me aburrí comencé a buscar relaciones sexuales explícitas. Mis gustos se degradaron hasta ver sexo grupal, infidelidades y violaciones recreadas o fingidas (supuestamente porque en la pornografía es imposible saber qué es real y qué es ficción).

Pasaba horas enfrente del computador tratando de que cada consumo durara más y más. Saturado con todo lo que veía en la pornografía y con una mente perturbada y sexualizada aproveché la primera oportunidad que tuve para iniciarme sexualmente. No me importó que no sintiera amor, ese deseo de conectar a un nivel más profundo con la que en ese entonces era mi novia. Solo la usé para mi placer como si fuera un objeto al que puedes usar y desechar. Eso es lo que enseña la pornografía. Tampoco me importó no tener un preservativo o condón a mano, yo solo quería hacer lo que había visto por tanto tiempo. Mi novia no quedó en embarazo porque no fue la voluntad de Dios.

Ahora, hasta ese momento no sabía que tenía una adicción a la masturbación y a la pornografía. Estaba en mi oscuridad, deleitándome en el pecado. Cuando Cristo llegó a mi vida, en el año 2005, comencé a darme cuenta que este terrible pasatiempo no era compatible con la nueva vida en el espíritu que estaba comenzando a experimentar. Fue entonces cuando me di cuenta que tenía una profunda dependencia a la masturbación y a la pornografía.

Entonces comencé a luchar y a llevar una vida de péndulo. Tenía buenos días en los que me sentía muy espiritual, con mucho autocontrol y mucha claridad sobre mis emociones. Estos días eran seguidos por momentos de mucha confusión, fuertes depresiones y episodios de mucha ansiedad. Pensamientos negativos y de mucha queja; había mucho dolor emocional. Entonces terminaba recurriendo al refugio al que había aprendido a huir.

En ese entonces ya estaba casado y había hecho el compromiso con mi esposa de contarle cada vez que tuviera una recaída. Con el pasar de los años esto la tenía muy lastimada y nuestra relación comenzó a deteriorarse, al mismo tiempo que la idea de morir en la adicción me convencía cada vez más. Parecía que no había solución para lo que estaba viviendo. Creo que, en el fondo, no podía concebir mi vida sin la pornografía, aunque era bastante evidente que cada día que pasaba perdía más y más mi capacidad de volar.

Cuanto más me interesaba ser libre, más cuenta me daba de lo profundamente enterrado que estaba en la adicción. Podía dejar de consumir por un tiempo, pero al cabo de unos días volvía a rendirme ante ese amo cruel que había estado alimentando durante años. Hoy entiendo que lo que alimentas crece y se fortalece, y ahora enfrentaba a un verdadero gigante. Definitivamente necesitaba ayuda, pero ¿dónde?, ¿quién? 

Fue entonces cuando mi esposa, en el año 2014, encontró a Libres en Cristo. Esto lo cambió todo. Recuerdo que recién le había confesado una recaída, lo que la había golpeado muy duro. Sin embargo, en lugar de reprocharme o juzgarme, ella buscó ayuda. Estoy profundamente agradecido con mi esposa; estoy convencido que ha sido una pieza fundamental en mi proceso de libertad.

En ese entonces, el curso que hoy se llama Camino de Libertad, se llamaba Visión Clara y recuerdo muy bien el momento en que mi mentor me contactó por primera vez. Fue una alegría enorme saber que contaba con el apoyo de alguien, con el consejo de alguien, con el interés de alguien por mi historia, por mi situación, por mi lucha. Sentí que ya no estaba solo y que ya no tenía que pelear en silencio. Recuerdo que durante el curso lo confesé todo; hablé de cosas que ni mi esposa y nadie de mi familia sabían sobre mí. Fue una experiencia tremendamente reparadora.

A partir de ese momento comenzó mi proceso y por primera vez en años comencé a contemplar la posibilidad de que este pecado no me iba a acompañar hasta la tumba. Con el tiempo pude ver victorias sobre la masturbación y la pornografía; de pronto, lo que antes me producía una recaída ya no lo hacía, sino que podía reaccionar de una manera diferente. Entonces entendí que la libertad no es ausencia de tentaciones, sino tener la capacidad de decirle NO a la tentación; de decir: “hoy no caeré, decido por Dios y no por mi placer”.

Durante el curso pude experimentar el tremendo poder de la confesión para ser perdonado y sanado. Pero definitivamente lo que le dio continuidad a mi proceso fue la oportunidad de convertirme en mentor de Libres en Cristo. Ayudar a otros a acercarse a Dios para ser libres del pecado sexual ha sido un ingrediente fundamental para mantenerme cerca de Dios, expuesto a sus tratos, alumbrado por sus revelaciones, cubierto por su poder y abrazado por su amor inagotable. Cerca de Él, siempre libre y nunca muerto en el pecado.

Hoy le digo a mis estudiantes que sí existe esa vida en la que podemos pararnos delante de la tentación y decirle NO; sí existe esa vida de plena libertad del pecado sexual. Es real eso que hemos soñado de perder total interés para consumir pornografía o para masturbarnos. En medio de la batalla esto suena irreal, pero si yo lo estoy viviendo, ¿por qué tú no?