Hoy puedo decirle a mi abusador que no me debe nada
Mi nombre es Paola Campos, soy de Costa Rica y estoy casada hace ya casi 25 años, tengo 2 hijos y mi historia con el abuso inició cuando tenía 7 años. Soy hija de una mamá soltera, producto del adulterio de mi papá ya que él era un hombre casado y con familia, por esa razón vivíamos con mis abuelos, donde también vivía mi abusador.
Un día, luego de regresar de la escuela, fui a mi cuarto para cambiarme el uniforme, y mientras veía qué ropa usar, mi abusador me abordó por primera vez; fue muy sutil, levantó mi enagua y empezó a tocarme. Eso se repitió muchas veces y cada vez la intensidad iba subiendo de tono. Todo para mí era muy confuso, no entendía lo que me sucedía, ya que producto de esos estímulos por parte de mi abusador, empecé a tener sensaciones que parecían placenteras. Era una niña de 7 años y no entendía lo que sentía mi cuerpo con esas “caricias”.
Mi abusador me adentró en la pornografía como mecanismo para “provocarme” y que no pusiera resistencia, y ahí inició otro camino para mí de adicción y perversión. El abuso duró hasta mis 13 años aproximadamente cuando mi abusador salió de la casa a unirse a la que luego fue su esposa. Pensé que ese había sido el fin, pero en realidad solo fue el inicio de lidiar con todas las secuelas del abuso.
Para ese tiempo ya tenía una adicción a la pornografía y a la masturbación. Mi niñez no fue solo de jugar con muñecas sino de buscar y anhelar los momentos a solas para masturbarme. En mi mente distorsionada, nunca pensé que lo que me había sucedido era un abuso, pues era algo que “disfrutaba”… eso me hizo pensar mi abusador.
Hasta que toqué fondo en mi vida. En medio de un pronóstico de muerte para mi bebé con tan solo 1 mes de vida y un matrimonio prácticamente destruido, el Señor me encontró. Después de darle entrada en mi corazón, tengo la oportunidad de asistir a un retiro y en medio de una confrontación para arrepentimiento de pecados le pido perdón a Dios porque me habían abusado; creía que yo no debí haberlo permitido.
En ese momento mis ojos se abren y logro dimensionar todo lo que viví de niña. En mi primer amor con el Señor no me fue difícil entregarle a Dios todo lo que pasó, despojarme y dar el paso para perdonar. Tomé la decisión de hacerlo y ahí inició mi proceso de sanidad.
Por su parte, mi abusador había conocido a Cristo y había cambiado su vida, no me fue difícil entender que la persona que me había abusado no era la misma que estaba viendo en ese momento, pues había aprendido que: “… si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. [2 Corintios 5:17] Entonces no me fue difícil dar el paso y decidir perdonar.
Pero el perdón, aparte de que es algo que uno decide y no siente, es un proceso. Pasó el tiempo y mi abusador se aparta del Señor (ya no estaba en Cristo) y por alguna razón eso generó en mí un retroceso, mis ojos ya no lo veían como otra persona nueva, sino como la persona que me dañó, me robó la inocencia y mi niñez en muchos aspectos. Aunado a esto, él es el nieto mayor de mis abuelos, el primer sobrino y mi mamá lo había tomado como un hijo hasta que yo nací. Mi mamá nunca supo de mi abuso, y para ella seguía siendo su sobrino favorito.
Eso comenzó a llenarme de amargura nuevamente. Recuerdo que, por temas de pensión alimenticia, (obligación de dar dinero para el sustento de otra persona, ya sea un cónyuge, un hijo o un familiar) él estuvo detenido unos días porque acá en Costa Rica si no pagas esa cuota pactada luego de un divorcio a tu exesposa o hijos, te meten a la cárcel. Y estando en la cárcel contrajo Covid, casi muere y mi corazón, que tenía a Cristo, que se supone había perdonado, en lugar de llenarse de misericordia, se llenó de gozo… ahí entendí que mi proceso de perdón no estaba completo.
Dios me enseñó de un perdón para mí en el que no se acuerda de mi pecado, que lo había echado en el fondo del mar, pero yo estaba teniendo presente más que nunca todo lo que viví, eso quería decir que debía perdonar nuevamente.
Solo por la gracia de Dios, justo en ese momento se abre la formación para el Curso Señales de Amor en Libres en Cristo. Dios trabajó nuevamente en mi corazón y esta vez no de manera fácil, decidí por el perdón, derramé ante el Señor y mi mentora, Issete Cholima en ese momento, mi sentimiento y mi corazón alcanzó paz nuevamente.
Sin embargo, quedó un sentimiento en mí de no querer saber nada de él, y cada vez que mi mamá decidía ayudarle con algo, me generaba algunos sentimientos no tan lindos. A partir de ahí supe que, con cada recuerdo, cada sentimiento negativo que tenía debía nuevamente ir a la Cruz y extender perdón, repetirle a mi alma en cada recuerdo que fuera doloroso, la deuda que me habían pagado a mí y que si deseo ser perdonada debo seguir extendiendo el perdón.
Hoy puedo decir con convicción que mi abusador NO ME DEBE NADA… ya todo lo pagó el Señor, lo que él haga o no con su vida no es mi asunto. Esto me ha permitido desligarme completamente de mi abusador. Entendí que el perdón no es un solo evento, es un proceso de sanidad como cualquier herida, donde el primer paso es decidirlo, soltarlo y que con cada recuerdo doloroso se debe en oración nuevamente extender el perdón, porque perdonar no es olvidar, pero sí recordar sin dolor.
Entendí también que la falta de perdón la arrastramos también cuando creemos que la persona que nos abusó nos debe algo. Mi abusador me debía mi inocencia, mi niñez y muchas cosas más, pero por más que él trate de subsanar lo que hizo no me puede devolver nada; pero Dios SÍ. Él me lo devolvió, eso y más, ya Él pagó la deuda que mi abusador tenía conmigo y me devolvió la inocencia y con Él puedo ser Su niña, así que no tiene que devolverme nada… ya Jesús me lo devolvió y pagó.
No puedo hacer nada por lo que me pasó, pero siempre tendré dos opciones al frente: seguir abrazando la amargura o extender el perdón que Dios me dio. Si sigo aferrada al pasado no podré ver lo que Dios tiene para mí en el futuro, y si de algo estoy convencida es que tengo más futuro que pasado; mi pasado ya fue, mi futuro en Dios es eterno y está en sus manos. No quiero perderme nada de lo que Dios tiene para mí por seguir atada a mi abusador a través de la falta de perdón.
“Si tú dispusieres tu corazón, Y extendieres a él tus manos; Si alguna iniquidad hubiere en tu mano, y la echares de ti, Y no consintieres que more en tu casa la injusticia, Entonces levantarás tu rostro limpio de mancha, Y serás fuerte, y nada temerás; Y olvidarás tu miseria, O te acordarás de ella como de aguas que pasaron”. Job 11:13-16 RVR1960
