Historia del discípulo: así es como nos volvemos esclavos de la pornografía

En el libro El sexo, mis deseos y mi Dios, Michael Jhon Cusick logra mostrar de una manera muy clara cómo vamos cediendo nuestra capacidad de desarrollarnos como personas hasta perder toda capacidad de lograr nuevas alturas, conforme nos adentramos más y más en la adicción a la pornografía, aunque creo que lo mismo sucede con cualquier tipo de adicción.

A continuación, citamos el fragmento:

Un rabino y su joven discípulo estaban sentados uno al lado del otro bajo la sombra de un enorme roble.

- Ayúdame, rabí – pidió el estudiante –. Soy un hombre de doble ánimo. La ley del Señor me dice: Sin embargo, ah, ¡cuántas cosas deseo!

El rostro del rabino mostró un vestigio de sonrisa, pero permaneció callado.

- Además, rabí – continuó el joven – La ley del Señor me dice que mi alma solo encuentra descanso en él. No obstante, cielos, ¡cómo mi alma encuentra descanso en todo lo demás!

La cara del rabino reveló el mismo vestigio de sonrisa, pero permaneció en silencio.

- Y rabí – añadió el alumno – El hombre conforme al corazón de Dios nos dice que solo pidamos y busquemos una cosa: contemplar la hermosura del Señor y buscarlo en su templo. Sin embargo, mi corazón va tras muchas cosas.

Entonces el joven bajó la voz hasta convertirse en un susurro.

- Y la hermosura a la que miro en secreto me produce vergüenza. ¿Cómo voy a llegar a ser un hombre conforme al corazón de Dios siendo tan infiel?

Con esto el rabino se despojó de toda reserva y comenzó a reír, con un brillo en los ojos.

- Hijo mío – respondió – Escucha la historia que voy a contarte. Hace mucho tiempo una alondra volaba por sobre la agrietada y desolada tierra del desierto. Eran tiempos difíciles para todos los seres vivos, y a una criatura del aire no le era fácil hallar lombrices. Aun así, la alondra entonaba día tras día una bonita canción mientras buscaba su porción diaria. Con cada día que pasaba se hacía más complicado hallar comida. En medio del hambre aumentó la ansiedad, y en su inquietud el ave olvidó cómo cantar.

El rabino hizo una leve pausa, secó el sudor de una ceja, y exhaló profundamente. El estudiante se sentó atento al borde de la silla, pero se preguntó qué tenía que ver esta historia con convertirse en un hombre conforme al corazón de Dios.

- Un día la alondra oyó una voz desconocida – siguió hablando el hombre en un susurro – Era la voz de un vendedor ambulante, y el ave no podía creer lo que el mercader parecía estar vendiendo. <¡Lombrices!, ¡lombrices!, ¡apetitosas lombrices! – exclamó el vendedor –. Acércate ahora mismo y adquiere hoy tus deliciosas lombrices>. Incrédula ante esta repentina buena suerte, la alondra saltó más cerca del mercader, acercándose a este maná del cielo.

> ¡Lombrices frescas!, ¡dos lombrices por una pluma! - voceó el vendedor. A la mención de lombrices, la alondra sintió una punzada de hambre, y de pronto entendió. Mis plumas son muchas, pensó, imaginando el sabor de las lombrices en el pico. Sin duda no extrañaré dos pequeñas plumas. Por tanto, incapaz de resistir por más tiempo, el ave se arrancó dos de sus plumas más pequeñas y se las entregó al vendedor, quien, sin saberlo la alondra, era el demonio disfrazado.

> Según se le prometió, la avecilla obtuvo su porción de las lombrices más gordas y jugosas que había visto. ¡Y todo sin necesidad de escarbar y arañar el duro suelo! Así que la alondra agarró cuatro relucientes lombrices y se las tragó. Tan pequeño sacrificio, pero tan grande recompensa, se dijo. Dos pequeñas plumas no es una preocupación para mí. Con el estómago lleno, la alondra dio un paso en su elevada posición y comenzó a remontarse. Cuando lo hizo, comenzó a cantar otra vez.

> Al día siguiente voló y cantó hasta que se encontró una vez más con el vendedor, quien igual que antes ofrecía dos lombrices por una pluma. Así que la alondra festejó con las deliciosas lombrices hasta quedar satisfecha. Así ocurrió día tras día. Los tiempos seguían siendo duros para todos los seres vivos, y las lombrices seguían siendo difíciles de conseguir para las criaturas del aire.

> Un día, después de consumir las lombrices, la alondra intentó tomar vuelo. En lugar de remontarse, se desplomó a tierra con un ruido sordo. Atónita pero agradecida por estar viva comprendió que ya no tenía más plumas. Desde luego, ya no podía volar>.

El rabino hizo una pausa tan larga que el discípulo creyó que la narración había finalizado. Respondió a su maestro afirmando que reflexionaría en el significado de la historia.

- Ah, pero el relato continúa – manifestó el maestro sentándose y volviendo a exhalar profundamente –. Una vez que la alondra entendió que había entregado todas sus plumas y que no podía volar, recobró la sensatez. Desesperada brincó y trastabilló por el desierto, recogiendo lombrices. Una pequeña lombriz por aquí, otra pequeña por allá. Después de varios días de esfuerzo y trabajo duro el ave obtuvo un pequeño montón de lombrices y regresó donde el vendedor. Aquí hay suficientes lombrices para cambiarlas por mis plumas… las necesito de vuelta.

> El diablo, sin embargo, solo rio y expresó: “¡No puedes volver a tener tus plumas! Obtuviste tus lombrices, y yo he conseguido tus plumas. Y después de todo, ¡trato es trato!” Con eso desapareció en el aire>.

 

¿En qué punto de la historia te encuentras? Quizá todavía puedes volar porque tienes todas tus plumas (eres afortunado, ya sabes que la pornografía tiene el poder para dejarte sin nada); o ya has cedido algunas a cambio del alimento que tu alma busca con tanta desesperación (todavía estás a tiempo de alejarte y buscar ayuda real para esos problemas que solo el corazón sabe que están allí); o de pronto ya no tienes plumas y te estás dando cuenta que la pornografía te ha estado engañando prometiéndote cosas que no te ha dado en absoluto.

Cuando yo me encontré con esta historia ya casi no me quedaban plumas. Literalmente sentía que algo me tenía atado al suelo cuando mi anhelo más profundo era levantar vuelo. Lo más duro de todo fue animarme a pedir ayuda, porque era reconocer que la hermosura que estaba mirando en secreto me producía mucha vergüenza, igual que al joven discípulo.

Si tú, que estás leyendo este post, estás luchando con la pornografía, o con la atracción al mismo sexo o con las heridas que deja la infidelidad de una pareja, quiero animarte a romper el silencio, a vencer la vergüenza y pedir ayuda. Un pequeño paso puede hacer la diferencia en tu vida, como sucedió conmigo. Puedes empezar por explorar los cursos que tenemos en nuestro sitio web, o enterarte de nuestros próximos cursos por Zoom, o de la ayuda que podemos brindarte a través de la consejería virtual.