El dolor de la infidelidad no invalida los límites de Dios
Lo he vivido muchas veces: uso el comportamiento de mi esposa para darme ciertas libertades como deleitarme con mujeres que veo en la calle que me parecen muy atractivas, o con actrices en la televisión. Estoy muy bien relacionado con lo que siento en esos momentos. Principalmente es ira y frustración, también algo de cansancio; siento cómo las ganas de vengarme comienzan a subir desde mi vientre como cuando uno come algo picante que siente cómo arde por dentro.
Todo este impulso termina con miradas que no deben estar en los ojos de un… (inicialmente iba a escribir: en los ojos de un hombre casado), pero corrijo rápidamente y escribo que este tipo de miradas no deben estar en los ojos de un hijo de Dios. Porque ese es el punto. Acá lo importante no es mi condición de hombre casado, sino mi condición de hijo, de adoptado, de redimido, de perdonado, de justo, de limpiado… de un hombre que ha sido cubierto por un pacto eterno de amor y perdón.
Mi orgullo herido por el comportamiento de mi esposa me hace olvidar que mi compromiso principal es con Dios. Le pertenezco por creación y por redención, y es mi relación con Él la que debo honrar con mi obediencia por encima de cualquier otra relación. Así lo deja claro Jesús en Mateo 10:37 cuando dice: “Si amas a tu padre o a tu madre más que a mí, no eres digno de ser mío; si amas a tu hijo o a tu hija más que a mí, no eres digno de ser mío”. Y estoy seguro que las esposas están en algún lugar de esa lista.
En este punto puedo entender que el dolor a veces es insoportable y que puede llegar a nublar nuestra mente y nuestro buen juicio. Lo acabo de escribir arriba: el deseo de venganza me ha llevado a transgredir los límites de Dios.
“Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante. Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal”. (Proverbios 4:25-27 RVR1960)
En nuestra relación con Dios, Él nos ha puesto unos límites para cuidarnos, para protegernos del dolor, de la tristeza y de una vida separados de Él. Por ejemplo, Dios le puso límites a nuestra sexualidad. La sexualidad fue creada por Dios para disfrutarla dentro de los parámetros del matrimonio y cuando se rompe ese límite causa dolor, esto es lo que ha ocurrido en la infidelidad, se rompió el límite de la fidelidad.
Acá es donde todo se pone serio, pues cuando yo decido transgredir esos límites que Dios nos ha puesto en Su amor por nosotros, me salgo del círculo seguro de la obediencia y quedo completamente expuesto al obrar del enemigo en mi vida. No podemos perder de vista que sin importar qué, cada uno de nosotros es responsable ante Dios de su propia conducta (Gálatas 6:5).
Puede que en estos momentos tu lucha no sea con lo que ven tus ojos, pero sí con pensamientos de involucrarte con una compañera de trabajo o de estudio; o con retomar una antigua relación o hacerle caso a alguien que por algún tiempo se te ha venido insinuando. No te permitas considerar la idea de que irrespetar los límites de Dios es una opción de vida. No hay un buen fin en esta idea. Sé que es tentador pensarlo porque yo mismo me he dicho: “tengo derecho. Fui irrespetado, ¿por qué yo sí debo respetar?”.
Que Dios haga realidad en nosotros el nuevo pacto, para que nuestro corazón en todo momento esté decidido a agradar a Dios a través de nuestra conducta, nuestras decisiones y nuestra forma de pensar, independientemente de lo que hagan los demás. En este sentido, el rey David es un ejemplo perfecto a seguir.
En la historia bíblica el rey Saúl está buscando a David para matarlo, aun cuando no tenía ningún motivo razonable para hacerlo. Este es un primer punto a resaltar. Era injusta la persecución sobre David, así como también es injusta la situación de infidelidad que estás viviendo. David era inocente ante los motivos del rey y podríamos decir que ante los ojos del mundo estaba en todo su derecho de aprovechar esta oportunidad y matar a su perseguidor, tal como se lo hicieron saber sus propios hombres.
Esta escena se desarrolla en la cueva en la que Saúl se metió para poder hacer sus necesidades sin saber que David y sus hombres estaban escondidos ahí.
“«¡Ahora es tu oportunidad! —los hombres le susurraron a David—. Hoy el Señor te dice: “Te aseguro que pondré a tu enemigo en tu poder, para que hagas con él lo que desees”». Entonces David se le acercó sigilosamente y cortó un pedazo del borde del manto de Saúl”. (1 Samuel 24:4 NTV)
David decidió no levantar su mano contra el ungido de Jehová (1 Samuel 24:6), aun cuando entendió que Dios mismo le estaba dando la oportunidad de hacerlo. David respetaba a Dios y tenía en alta estima lo que Dios ordenaba y decidía para el pueblo. Es el mismo respeto y reverencia que debe haber en nosotros, que sin importar los valles de sombra de muerte por los que estemos atravesando nos mantengamos obedientes y fieles a nuestra relación con Dios.
