Mi encuentro con Dios
Mi nombre es Javier Ilyes, soy de Argentina y este es mi testimonio.
Desde mi niñez, mi vida ha estado marcada por abusos sexuales, heridas emocionales, identidad dañada y exposición a cosas como la pornografía. Esto dañó mi corazón y lo contaminó con el pecado, llevándome incluso a la atracción al mismo sexo. Dios en su misericordia me había hecho saber en varias oportunidades que había una salida, pero yo quería hacer las cosas a mi manera, no quería tener que pedir ayuda, y por ende mi situación cada vez empeoraba más.
Mi adolescencia fue una etapa muy oscura para mí, me aislé de las personas para que nadie descubriera las cosas en las que andaba, y llegado a los 18 años creía que nunca más podría dejar la vida de pecado, que nunca podría enamorarme de una mujer ni formar una familia, y había decidido que toda esta doble vida la llevaría oculta, y que quizá en mi lecho de muerte contaría todo. Gracias a Dios, Él tenía otros planes.
Terminada la secundaria había hecho preparativos para ir a estudiar en la capital de mi país, eso significaba estar lejos de mi familia, pero era mi sueño poder estudiar una carrera, pensaba que al menos con eso sería “alguien en la vida”, estudiar fue lo único que tenía algo de valor en mí, me sentía orgulloso de que me consideraran inteligente y capaz, me esforcé por ser siempre el mejor y así me fue, así que fui confiado a cursar esa carrera.
Para ese entonces, las cosas con Dios estaban muy distantes, no oraba, no pensaba en Él, seguía asistiendo a la iglesia, pero mi corazón estaba muy lejos. Pero, por esas cosas del Señor, por ese amor que lo moviliza y siendo que no lo merecía, fueron pasando situaciones en las que me demostraba que, a pesar de todo, Él estaba allí.
Recuerdo en ese tiempo haberme descargado una canción del cantautor Alex Campos que cuando la escuché por primera vez sentía que Dios me la cantaba, esta decía: “aunque te olvides de mí, yo te sigo pensando; aunque te alejes de mí yo estaré junto a ti, aunque abandones la risa y quieras el llanto, aunque nada de lo nuestro tú quieras vivir. Yo deseo estar allí, en tu día en tu existir, en tu corazón vivir, y que sientas mi latir”. Toda esa canción literalmente fue como un martillo que golpeaba mi endurecido corazón, y poco a poco lo fue ablandando: volví a buscar del Señor.
Empecé el cursado, y lo que nunca me percaté, es que el nivel académico al que estaba habituado en mi provincia distaba años luz del que tenía esta universidad a la que fui a estudiar, así que tuve problemas ese primer semestre, no lograba asimilar esos nuevos conocimientos pues me faltaban muchos otros anteriores que nunca me enseñaron, pero me esforzaba y creía que lo iba a superar.
Al finalizar el semestre, rendí los parciales, y me fue mal, aun en los recuperatorios. Como estas materias eran correlativas, no podía cursar el siguiente semestre, debía recursar, o sea, volver a cursar nuevamente al año siguiente. Fue un golpe muy duro chocar con esta realidad, jamás había conocido en la secundaria lo que era desaprobar una materia, tener que recuperar, salir mal, así que fue un golpe muy duro a mi orgullo.
Al volver a la casa de mis tíos, donde vivía, estaba solo hasta que horas más tarde volvían. Frente a esta situación, no sabía qué hacer, me sentía mal de tener que decirles que me fue mal, que debía esperar medio año para volver a cursar, tener que reconocer que fracasé, así que entré en crisis, no sabía si quedarme y prepararme para el año siguiente, o volver a mi provincia, y entonces en ese momento tomé la mejor decisión de mi vida: ir a Dios.
Aprovechando que estaba solo, me arrodillé a orar a Dios por esta situación, y antes que siquiera empezara a pronunciar una palabra, estando con mis ojos cerrados, en mi mente empiezo a ver como si fuese una película toda mi vida: desde mis recuerdos más viejos (de hecho, uno de mis recuerdos más viejos, teniendo como 4-5 años, era una situación de abuso, a los 6 años conocí la pornografía, tíos que me manoseaban en público como si fuera algo chistoso, y muchas cosas más), toda mi niñez, adolescencia, cada abuso, cada momento de dolor, de humillación, de pecado, de malas decisiones, las cosas buenas eran casi nulas, solo era ver dolor y más dolor, hasta ese preciso momento en que estaba.
Cuando termino de ver esa “película”, el Señor me habla, no con una voz audible, sino como una voz que me hablaba dentro mío, pero con una claridad y convicción de que era Él quien hablaba, me dice: “¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, y que se pierda su alma?” (este pasaje está en Marcos 8:36); y continúa diciéndome: “Javier, si te propones sacar esta carrera, vas a poder, tienes capacidad, ¿pero de qué te sirve? ¿De qué te sirve perseguir este “sueño” si tu alma está perdida?” Cuando escucho esto, literalmente me sentí en el infierno, me sentí perdido y solo, nunca había tenido esta convicción.
Y continúa: “Yo pongo delante tuyo dos puertas: la vida o la muerte. Hasta hoy, no permití que muchas otras cosas más sucedieran porque había una cobertura sobre tu vida”. (En ese momento, no sabía quién, pero sí que alguien había orado por mí, y hace unos años descubrí que fue mi mamá). “Pero esto lo quito a partir de hoy. ¿Y cuál es la puerta de la muerte? Es esta vida que llevas, es hacer las cosas a tu manera y decirme a mí cómo debo obrar, es tener como propósito de vida esta carrera, es llevar una doble vida, esta puerta literalmente te llevará a la muerte”.
“Ahora, ¿cuál es la puerta de la vida? Es hacer las cosas a mi manera, no es un camino fácil, tendrás que hacer muchas cosas que no quieres hacer (como pedir ayuda y confesar), pero quiero que sepas que si cruzas esta puerta, me vas a encontrar ahí”.
Así que, frente a todo esto, tomé mi decisión, y elegí cruzar la puerta de la vida. Entendí que mi alma estaba perdida y necesitaba de un Salvador, y allí mismo le rendí mi vida a Cristo por completo, lo confesé como mi único Señor y Salvador. Esta oración fue la oración más sincera y real que jamás hice al Señor antes, y ocurrió algo poderoso: cuando me levanté de esa oración, sentía que no era el mismo Javier, literalmente nací de nuevo, y por primera vez en mi vida sentía que había esperanza. No sabía cómo, ni cuál sería el siguiente paso, pero ahora sabía que estaba en las manos de Dios.
Luego de todo esto, decidí que volvería a mi provincia y no intentaría retomar la carrera, recuerdo decirle esto a Dios y que no me importaba si al dejar esa carrera nunca sería “alguien” en la vida, pero que si volvía allá estaba dispuesto a hacer lo que me guíe, y dejar atrás la vida de pecado. Y así fue, al tiempo al volver, di con Libres en Cristo, y desde la primer lección Dios continuó su proceso de transformación, no me alcanzarían estas líneas para poder expresar todo lo que experimenté, ¡¡fui libre!!
A través del curso que me llevó a la Palabra pude descubrir que Él era esa Agua viva que podía saciar la sed de mi interior, esa sed que los abusos y pecados agrandaban más y más, a partir de ese tiempo hallé en Él la saciedad y gozo que tanto anhelaba en mi intimidad y relación con Cristo, siempre había estado tan cerca. También aprendí a ser sincero y contar con apoyo, como lo fue mi mentor del curso de aquel entonces y hoy un gran amigo.
Pero, para que esto sucediera, necesitaba tener este encuentro con Dios, este momento donde su Espíritu por un momento me permitió ver la realidad de mi vida, y tomar una decisión. Para dejar la vida de pecado es necesario nacer de nuevo, y esto solo lo puede producir el Señor, hay esperanza, pues es Dios quien nos ha hecho la invitación de venir a Él para ser transformados. ¡Te animo hoy mismo, así como lo hice yo, a rendir tu vida a Cristo y dejar que te transforme! Desde ese año 2011 que hice mi curso, y luego pude prepararme y servir como mentor en LEC, hasta hoy he podido seguir viendo la obra de Cristo en mi vida y disfrutando la libertad que tengo en Él, siempre permaneciendo sobre la Roca.
Gracias doy a Dios por poder desde entonces formar parte de este Ministerio que ha sido de tanta bendición para mí, han sido el instrumento que Dios usó para guiarme a la libertad.
Por supuesto que sigue habiendo luchas, tiempos de tentaciones y vulnerabilidad; he tenido que pasar momentos de extremo dolor, pero ya no necesité del pecado, pues ahora lo tengo a Él.
Ah, ¿y recuerdas que creía que nunca iba a poder casarme? En el 2018 me casé con una preciosa mujer de la que me enamoré y sigo amando cada vez más. 😊 Dios me dio aquello que satanás y el pecado decían que nunca disfrutaría.
