Fuera de las estadísticas humanas, abrazada por un Padre de nuevas oportunidades

Mi nombre es R.A., vivo en Sudamérica y este es mi testimonio.

Cuando nací, mi madre biológica tenía 12 años. Ella había sido violada por un hombre de más de 40 años. Ella en ese momento estaba viviendo en un pueblo del interior del país, cerca del río y de la estación de trenes en donde trabajaba mi papá. Cuando ella quedó embarazada, mis abuelos, debido a la vergüenza, optaron por llevar a mi madre a la capital del país, a casa de otra señora. Nací en la capital y a los 10 días me entregaron a esta señora que yo conocería como mi mamá.

Mi mamá tenía más de 40 años y necesitaba una niña que la cuidara cuando ella fuera anciana. Tenía 2 hijos, que reconocí siempre como mis hermanos. Ellos tenían 15 y 17 años, ambos varones.

Cuando cumplí 3 años mi hermano mayor comenzó a abusar de mí, y lo hizo hasta pasados mis 15 años. Al principio lo hizo solo, pero cuando cumplí 6 años, nos mudamos a otro barrio y él conoció a un vecino de su misma edad y lo hacían ambos. Además, era alcohólico y muy agresivo y recibí mucho maltrato físico y emocional a través de golpes y palabras degradantes.

Él me amenazaba diciéndome que, si le contaba a mamá, él me iba a pegar, y que me iban a llevar muy lejos y no iba a ver más a mi mamá, así que siempre tuve que guardar silencio. Él era muy grosero, tenía una mano muy grande y áspera y me dolía mucho cuando me pegaba.

Mi mamá trabajaba en un prostíbulo y cuando no tenía con quién dejarme para que me cuidara, me llevaba con ella. En ese lugar escuché y vi de todo. Supuestamente me dejaba detrás de una cortina bastante transparente mientras dibujaba y leía libros. Pero veía todo, escuchaba todo, también venían las otras personas que trabajaban en el lugar a mostrarme revistas y fotos no adecuadas para mi edad, hablaban en un lenguaje totalmente obsceno y muchas veces cuando alguien solicitaba una niña, mi mamá me preparaba y me entregaba en la cama del cliente.

Mi madre me hablaba con cariño, me causaba cosquillas que hoy entiendo que eran para excitarme y finalmente me decía: “Cállate, es un momentito, pobre de vos si llorás y si le contás a alguien porque vas a tener tu merecido”. Esto pasó durante muchos años. Además, mi madre tenía otros trabajos similares dependiendo de la época del año, tenía clientes particulares a los que iba a su casa, también iba en época de pago al hipódromo y a los viñedos. Tengo memoria de lugares oscuros, sucios y malolientes.

Cuando tenía 3 años, mi mamá y el cuidador del prostíbulo estaban conversando. El cuidador le dijo a mi madre: “¿Mira la distancia que tiene desde la rodilla hasta el pubis?” A lo que mi madre le contestó: “¡No sirve para prostituta!” Obvio que no utilizaron ese lenguaje sino muy vulgar y obsceno. Supuestamente yo estaba entretenida dibujando, pero no era así, y les contesté: “No mamá, yo voy a ser doctora”. A lo que mi madre y ese cuidador se rieron con un aire burlón.

Pensaba desde muy niña que no podía tener la misma profesión de mi mamá, ya que a mí me dolía mucho lo que me hacían y además siempre me hicieron ver que no tenía las medidas adecuadas para ese trabajo, entonces en mi cabeza estaba la idea de que debía estudiar para salir de ese ambiente y no tener la misma profesión de mi mamá.

Pasó el tiempo, y a los 6 años nos mudamos de barrio. En frente de la casa había un campito que era usado como cancha de fútbol. Una tarde de sábado llegó un grupo de jóvenes de una iglesia cercana y comenzaron a hacer una Hora Feliz. Así que primero iba a la Hora Feliz, luego a la Escuela Dominical, luego a los campamentos y por último a los cultos de los domingos.

Debido al trabajo de mi madre existieron periodos en los que no vivía con ella ya que el gobierno consideraba que estaba mejor con cuidadores que el mismo gobierno designaba. Algunos me trataron bien, con otros, recibí mucho castigo físico y con algunos, recibí abuso sexual. A pesar de todo lo que sucedía en casa, yo anhelaba estar con mi madre y volver a mi casa.

A los 11 años fui a un campamento de verano y acepté a Cristo en mi corazón. Ahí entendí que era una oveja descarriada y que Jesús cargó con mi pecado. Ahora tenía un amigo y trataba de aprovechar cada momento que tenía para aprender más de Él. En este periodo fueron muy importantes mis maestras de escuela dominical que me trataban con mucho cariño y me animaron a conocer cada día más de Cristo, a aprender versículos bíblicos y a aplicar todo lo que aprendía en la escuela bíblica.

El abuso por parte de mi madre terminó a los 12 años cuando fuimos a brindar un servicio a un cliente y me rebelé y no quise participar, por lo cual recibí el castigo físico más grande de mi vida. El abuso por parte de mi hermano terminó pasados los 15 años porque me enfermé y a mi hermano le daba asco tocarme. En el periodo posterior, tanto mi madre como mi hermano continuaron con su alcoholismo y el maltrato físico y psicológico aumentó. Y ahí olvidé el abuso sexual, fue como si una goma gigante hubiera pasado por mi mente y hubiera borrado todo recuerdo del abuso.

El tiempo fue pasando hasta que terminé la secundaria. Entré a la Universidad y a los 26 años recibí mi título de médico. Recibí mucho aliento y apoyo de parte de la iglesia. Ellos compraron mis libros, me obsequiaron ropa, aportaron para los viáticos, me dieron un trabajo de medio tiempo para cubrir gastos pequeños y siempre me animaron a terminar.

Luego me aparté de la iglesia por muchos años, pero siempre quedó en mi corazón una pequeña luz que aparecía en los periodos más oscuros de mi vida.

Al pasar los años, mi hermano se mudó a otra ciudad y me quedé viviendo sola con mi madre. Cuando mi hermano llegaba de visita era un tiempo muy difícil de soportar porque siempre estaba alcoholizado, agrediendo con golpes y gritos casi todo el tiempo de su visita.

Una noche estaba de guardia en un hospital en el interior del país y la policía llevó a una niña de 4 años que había sido abusada. Mi primera reacción fue abrazarla, me acerqué a su cuna y la abracé y lloré muchísimo. En ese momento recordé todo lo que había pasado en mi niñez y adolescencia.

Con el correr de las semanas entré en depresión y una amiga me llevó a consultar a una psiquiatra. Por más de 20 años estuve en depresión, no encontraba salida, hice 3 intentos de autoeliminación, tomé cuanta medicación me recetaron, no había modo de salir de mi estado.

Hasta que un día recordé que Dios dijo que de mi interior iban a correr ríos de agua viva y que Él había venido para que tuviera vida y vida en abundancia. ¿Y dónde estaba esa vida en abundancia? Mi corazón estaba destrozado. Entonces acudí a mis hermanos de la iglesia. Con mucha vergüenza, pero con mucha esperanza abrí mi corazón y les conté que estaba en depresión y que estaba tomando medicación y había hecho 3 intentos de autoeliminación. Fui escuchada y contenida. Me reconcilié con Dios y poco a poco fui encontrando la salida.

En el año 2018 pude ponerle nombre a lo que me había pasado, o sea que había pasado por abuso de varios tipos. Comencé a escuchar charlas, asistí a algunos talleres, a algunos retiros, pero siempre manteniendo todo en secreto. Aprendí mucho sobre qué es el perdón, incluso perdoné a mi madre por lo que pasó, pero el “otro temita” estaba debajo de la alfombra. Así que llegó un día en que una amiga me dijo: “Bueno Roxi, hay que buscar ayuda”.

Y llegó el día de hablar, de que me escucharan, de que no me juzgaran cuando hablaba, en el que sentí que realmente había llegado a un espacio de confianza. Esto lo viví en el curso de Señales de Amor de Libres en Cristo. Qué liberador fue contar, qué bueno fue sacar todo lo que afligía mi corazón y ver que no era culpable y que tampoco debía tener vergüenza y darme cuenta de que Dios estuvo en todo este proceso en los periodos de abuso. Pero lo que más me ayudó fue aprender mi identidad en Cristo. Entendí que Dios me creó, que fui creada con un propósito, estaba en los planes de Dios, pude dejar a los pies de la cruz mentiras que el enemigo me había hecho creer y aprendí a verme como una hija amada de Dios.  

Hoy en día veo el amor inagotable de Dios en mi vida, me veo como una hija amada de Dios, elegida, perdonada, bendecida, aceptada, valiosa y más que vencedora. Dios dio lo mejor que tenía por mi vida, nada menos que a su propio Hijo Jesús. Él no me acusa, no me culpa, Él quitó mi culpa y la clavó en la cruz y me dio vida. Soy su obra maestra, puedo ir con confianza a su regazo pues Él me toma entre sus brazos y me sostiene. No soy la niña que no tenía las medidas adecuadas para ser prostituta, soy una hija de Dios, muy amada, donde Él me tiene en el hueco de su mano y soy su especial tesoro.

No fui producto de una violación, sino que Dios estaba en el mismo instante en que fui concebida, Él me dio vida y escribió cada día de mi vida, Él tiene un propósito con mi vida. Cada día estoy en proceso, cada día aprendo nuevas cosas, cada día me aferro a Él para continuar disfrutando cada minuto en esta tierra.

Hoy puedo decir que en mi corazón hay paz, puedo acostarme cada noche y dormir confiada en que Jesús me cuida a cada momento. Pude perdonar a mi mamá, a mi hermano y a los abusadores de los cuales tengo memoria. Aún estoy en proceso, es cada día, pero voy confiada porque sé Quién es el que me sostiene.