Cuando tocas fondo, lo único que puedes encontrar es a Jesús

Hola a todos, mi nombre es David y soy hijo amado de Dios, y quiero comenzar mi testimonio citando Romanos 5:20 que dice: “donde abundó el pecado, sobreabundó su gracia”.

Desde pequeño siempre tuve la conciencia de lo bueno y lo malo, las cosas básicas como: no robar, no matar, no mentir; ir a la iglesia, servir a Dios, honrar a mis padres, cosas así, las básicas. Al crecer en una “familia cristiana” y ser el menor de cuatro hermanos, me podía dar cuenta que las coas malas que ellos hacían tenían su consecuencia, por lo que en muchas ocasiones me libraba de los castigos o correcciones de mis padres. Al crecer rodeado de mis hermanos no me costó mucho involucrarme en actividades y participar en cualquier evento que hubiese en la iglesia, tanto así, que pronto empecé a destacar y a formar parte de los equipos de servicio en estas actividades.

Si bien es cierto que lo hacía de corazón y para Dios, ahora que lo pienso, siempre me gustó la atención, la admiración y el poder ser visto; obviamente sí lo hacía para Dios, pues está bien ¿no? Pero, juntamente con esto empezó a crecer un apetito del cual no me percaté, una sed que no conocía y que pensé que era “normal”. A pesar que me arrepentía y buscaba cambiar, hacía promesas que en un tiempo rompía y de nuevo, de un momento a otro regresaba esa sed, y así, el ciclo se repetía. En realidad, nunca supe cómo llamar a esa sed, solo sabía que no era del todo bien, ahora la puedo nombrar, y es la inmoralidad.

Desde una plática en doble sentido, un abrazo fuera de lo normal o el voltear la mirada y fijarla en una mujer, eran cosas con las que, si bien no me sentía del todo cómodo, pensé que lo podía controlar, pero en realidad sutilmente fueron formando parte de mí. Con todo esto, en mi juventud tuve algunas novias, pero en la universidad conocí a una mujer diferente a todas, parecía compartir los mismos principios que yo, inteligente y hermosa, pensé que era la mujer que Dios había puesto en mi vida, desde el momento que la conocí supe que era especial, que había algo en ella que no lo había en nadie más, que no era una mujer normal, que había una chispa en ella que la hacía sobresalir.

Después de conocernos por algún tiempo, nos hicimos novios… al poco tiempo me di cuenta que esa sed, que mencioné anteriormente, aún seguía allí, solo se había escondido o la había ignorado, pero había crecido. Esa inmoralidad tomó forma de besos apasionados, caricias indebidas y tiempos a solas; no pasaron muchos meses para darnos cuenta que le estábamos fallando a Dios. En nuestra desesperación buscamos ayuda, hicimos compromisos y con nuestras fuerzas tratamos de salir de ello. Pero no fue así, con el tiempo caímos en fornicación, pensamos que al casarnos nos íbamos a liberar de esa tentación, pero no fue así, al menos para mí.

Aquí es donde comienza mi verdadero testimonio, lo anterior solo fue para darte a entender la lucha por la cual estuve durante los primeros 30 años de mi vida. Antes de casarnos comencé a trabajar en un lugar en donde coincidí con “amigos” de universidad y otras personas más que con el tiempo también llamé “amigos”, desafortunadamente, estos amigos tenían principios y valores totalmente contrarios a los míos, en un inicio mantuve mi postura de no involucrarme tanto con ellos, en sus conversaciones, sus pensamientos y manera de vivir, pero poco a poco y día a día, fui permitiendo ciertas cosas que fui viendo como normales, fui cediendo terreno, hasta no darme cuenta que ya formaba parte de ese ambiente.

Entre salidas, pláticas y el convivir día a día, nunca me di cuenta que ya hacía cosas de las que en algún momento me dije que no podría hacer, de las que incluso llegué a condenar y señalar, cosas que al final terminaron alimentando aún más mi sed, sí, esa misma sed del inicio, la alimenté con bromas en doble sentido o sexuales, siguiendo cuentas explícitas en redes sociales, flirteos en chats, coqueteos con otras chicas, y llegar al punto de visitar bares nocturnos “solo por pasar el rato con los amigos”, todo esto fue alimentando aún más la sed que había en mí, pero no la saciaba, solo la aumentaba, era como un pozo sin fondo, hasta que yo mismo caí en ese pozo.

En medio de todo esto, yo aparentaba tener un matrimonio “estable” con mi esposa, llevábamos apenas dos años de casados, involucrados y sirviendo en la iglesia, como a mí me gustaba para ser visto, como lo dije al principio, con actividades, programas y responsabilidades. Pero nada más alejado de la realidad. Pocas semanas antes de celebrar nuestro tercer aniversario, mi esposa encontró unas conversaciones en mi computadora, con una mujer, con la cual le estaba siendo infiel.

No puedo decir: “caí en adulterio o caí en la tentación”, pues fue una espiral descendente que me llevó allí, al punto de no retorno, al punto de quiebre, al punto en donde todo lo que yo creía “tener controlado” se fue a la basura, al punto en donde esa sed se volvió insaciable y se convirtió en un monstruo que me tenía en su poder; ya no solo eran pláticas inmorales, abrazos sexualizados o desear a una mujer, ya no, se había convertido en deseos descontrolados, lujuria y adulterio; caí o me dejé llevar, lo permití o no me di cuenta, solo eran excusas.

Mi esposa al darse cuenta del tipo de hombre con el que se había casado no supo qué hacer, buscamos ayuda y consejo con algunas personas, y por el miedo de perderla, solo pude decir que me arrepentía de dientes hacia afuera y que no había sido una infidelidad, solo unos besos; buscaba la forma de enmendar rápido la situación para poder seguir con mi doble vida, en la inmoralidad y en la religiosidad.

Mi esposa con todo el amor que me tenía en ese momento y con la plena esperanza en Dios, me perdonó, y me gustaría decir que en ese momento se terminó todo. Pero no fue así, yo no podía salir de esa espiral, no me daba cuenta que estaba en ella, no me di cuenta que poco a poco me llevaba más profundo, que no me soltaba, simplemente no podía encontrar la salida. Seguí mintiéndole a todo el mundo, a mi esposa, mi pastor, a la pareja que nos aconsejaba en ese momento, y yo me creía esas mentiras, yo vivía en mi mentira, decía que ya había dejado esa relación, cuando hacía todo lo contrario, porque según yo me lo merecía, porque nunca había sido tan mala persona, porque siempre me había portado bien y que yo podía controlarlo, hasta que Dios empezó a obrar.

En ese momento no lo vi así, pero mi esposa, con ese mismo amor con el que me perdonó la primera vez, tomó la decisión de alejarse de mí, porque el daño que le hacía era demasiado y allí en ese lugar, solo, sin esperanza, sin alguien que diera algo por mí, comiendo de la comida de los cerdos, allí en ese lugar, encontré a JESÚS al lado mío, junto a mí, limpiándome, levantándome, perdonándome, diciéndome que me estaba esperando, que Él estaba allí, que siempre estuvo allí, esperando a que llegara, esperando a que llegara a “tocar fondo”, porque cuando llegas a tocar fondo, lo único que puedes encontrar es a Jesús, con los brazos abiertos, listo para amarte.

En medio de tanto dolor Dios una vez más mostró su amor a través de mi esposa, ella en su búsqueda de sanidad encontró los cursos del ministerio de Libres en Cristo, había una oportunidad más si hacíamos los cursos, ella de Sanando un Corazón Roto y yo el de Camino de Libertad, y efectivamente los hicimos, el Señor empezó a hacer el milagro, mi esposa se dedicó a sanar su corazón con la ayuda de Dios y yo a encontrar esa libertad del pecado sexual. Después de estos cursos sentimos un alivio en nuestros corazones y en nuestro matrimonio, supimos que era el amor de Dios obrando.

En medio de toda esta turbulencia, Dios me regaló otro trabajo, a veces pienso que hasta lo hizo para que no insistiera en quedarme en ese lugar de perdición. Pero también parte del amor de Dios fue el alejarme de la iglesia, dejé todos los puestos y lugares que había alcanzado, me alejé de esas personas que llegué a llamar amigos y después de un proceso de soledad y desierto Dios me ha devuelto más, incluso de lo que podía pensar. En todo esto puedo reconocer que mi esposa es una prueba real y viviente del amor de Dios para mí, ella me amó en mi peor condición, ella me perdonó y ella creyó en mí, así como lo hizo Jesús; hoy no me canso de decir que Fer es la prueba del amor que Dios me tiene.